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Derviches,

La danza sufí es originaria de Persia. Surgió en el siglo XIII gracias al poeta y místico Rumi, extendiéndose por distintos países de Oriente gracias a sus seguidores.

Consiste esencialmente en girar sobre el propio eje, y a través de este movimiento, los bailarines alternan estados de conciencia, y de éxtasis místico, mientras que su alma se desprende de las ataduras terrenales hasta acceder al reino de Dios. Puede bailar una única persona, o un grupo. En éste último caso el bailarín principal es el sol, y los demás representan a los planetas, formando un círculo.

La falda, elemento principal de esta tradición, representa el espíritu, elevándose al bailar, al igual que se eleva el espíritu al rezar o meditar. También simboliza lo negativo, de lo que uno debe deshacerse, y por ello, durante el espectáculo el bailarín se va desprendiendo una a una, las distintas faldas de colores.

Girando como una rueda, con los brazos extendidos, mantienen el eje fijo sobre un pie, y el otro se desplaza alrededor al igual que lo haría un compás trazando círculos. Se mueven al ritmo de la música, aumentando la velocidad e intensidad de los movimientos.

Los bailarines alcanzan un estado de trance, que les abre la comunicación y la conexión con el centro del universo, los derviches (del persa darwish: “visitador de puertas”), giran sobre sí mismos y trascienden las barreras de la comunicación humana a través de la música, la poesía y el recuerdo. Estos tres aspectos tienen lugar en la ceremonia de la danza giratoria llamada Sema (Samá), que intenta reflejar la naturaleza giratoria de todo lo que se encuentra en el Universo, desde las galaxias a los átomos, llegando al conocimiento de la verdad.

Mantienen el brazo derecho levantado para recibir simbólicamente las bendiciones de lo alto, y el izquierdo hacia abajo para derramar lo recibido sobre la tierra. Cuando giran hacia la izquierda, se vacían para recebir la energía divina; si giran hacia la derecha, las cualidades presentes se hacen más fuertes.